Página del Bicentenario - Sus personajes








¿EN QUÉ PIENSA MIRANDA EN EL ÓLEO DE MICHELENA?
José Rivas Rivas  (Diciembre, 1997)


(...) Para imaginarnos la vastedad de su pensamiento bastaría con recordar los grandes momentos vividos por este caraqueño, viajero de muchas latitudes y republicano infatigable todos los días de su vida.      


Sin embargo,  si nos incorporamos al mundo del artista que quiso pintar al Precursor imaginándoselo durante su dolorosa permanencia en la cárcel de Cádiz, debemos presumir que  Miranda piensa en el destino de su más ambiciosa empresa: la liberación de Venezuela. Perdida en sus manos la Primera República, violados por las autoridades españolas los términos de la capitulación de las fuerzas patriotas, enclaustrados en las mazmorras de La Guaira un sinnúmero de patriotas, Miranda ha debido pensar permanentemente en el drama de la patria agonizante.
Pero, inmerso como estaba en el dolorido escenario de la guerra, el Generalísimo ha debido sentirse sacudido por varios y muy diversos episodios que tocaban de lleno su sensibilidad: 



 Por ejemplo, aquellos instantes emotivos cuando lee el fatídico mensaje que le llega desde Puerto Cabello en el cual se le anuncia la pérdida de esa plaza, punto estratégico para la causa patriota.  Tal es la sensación perturbadora que produce esa noticia infeliz que Miranda ni siquiera se expresa en castellano. Habla en francés, como si estuviese rememorando sus heroicos tiempos de la Revolución Francesa.  Y así exclama:  “Venezuela est blesée au coeur” (Venezuela está herida en el corazón).  Miranda piensa, no en sí mismo, sino en aquel momento desolador, antesala de la derrota definitiva.


            En el Generalísimo coexisten el hombre de pensamiento y el hombre de acción. Persuadido como estaba que había llegado el tiempo de la liberación americana, su constancia, su amorosa fe por el destino de la patria, le imposibilitan aceptar el fracaso de la república como una derrota definitiva.  Quiso abandonar el territorio venezolano, nunca para huir sino para regresar, fortalecido, con renovados bríos a intentar, una vez más, el proceso de independencia.  Ahora, allí, en la cárcel, impotente, privado de cualquier comunicación y de toda libertad, Miranda piensa en la frustración de sus planes libertadores.
            Pero en ese cúmulo de vivencias que acompañan al Precursor hay un hecho insólito, patético, y de  cierta manera absurdo, que resalta en medio de todo el proceso histórico  ocurrido desde el lamentable suceso de Puerto Cabello hasta el instante en que decide embarcar sus bienes, sus libros (¡ ah sus queridos libros, fieles compañeros de todos los viajes!) y abandonar las costas venezolanas.  Es la madrugada siniestra cuando un grupo de patriotas, Bolívar entre ellos, resuelven apresarlo para  que permanezca en Venezuela y haga cumplir el *armisticio. Fatídica circunstancia que le da a la historia un vuelco inesperado: Miranda  piensa en ellos, piensa  en sí mismo, piensa en su dramática realidad, piensa en la patria en tinieblas.


            Pero, como es un cruzado de la liberación de los pueblos oprimidos, piensa, obsesivo - como le exige su temperamento -  que muy pronto Venezuela estrenará su libertad


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ÚLTIMA VISITA DE BOLÍVAR A CARACAS
José Rivas Rivas, ( Caracas 2002)






Cuando Bolívar, en 1827, visitó Caracas por última vez, recibió de su ciudad natal los más diversos y emocionados agasajos: eclesiásticos, militares y civiles. En una de las ceremonias, un grupo de niñas le entregó al Libertador diversas banderas impresas con el nombre de las virtudes que sus conciudadanos le atribuían, pero en la medida en que el Héroe recibía aquellos gallardetes, de inmediato los distribuía entre sus compañeros, identificándolos en cada caso: la valentía, para el general Páez; la probidad, para Mendoza; la generosidad, para Caracas; el heroísmo, para el pueblo, etc. Y luego reservó para sí mismo la bandera que simbolizaba la constancia.

                Pero si a la historia y no a la población caraqueña de entonces le correspondiera alguna vez distribuir esos méritos, quizás sería otra la identificación de las simbólicas banderas. Acaso al general Páez le correspondería, en verdad, la valentía; al general Ribas, el patriotismo; a Sucre, la nobleza; al pueblo, el heroísmo; a las mujeres venezolanas, el sacrificio...
                A Bolívar habría que dejarle exclusivamente un crédito que nadie se atrevería a disputarle: el pensamiento.
                Porque todos los generales en cualquier guerra de no importa cuál país, ganan las batallas con la colaboración de su equipo de oficiales valientes y solícitos, con el apoyo de un ejército aguerrido y obediente, a más de otros requerimientos. Entre los subalternos de Bolívar estas cualidades estaban presentes en la mayoría de los casos. Pero hubo una actividad que el Libertador realizó solo, sin el aporte de terceras personas, como un producto personalísimo de su cultura y su capacidad intelectual, esto es, la concepción de su doctrina política. Bolívar íngrimo y solo en Cartagena; Bolívar solo en Jamaica; Bolívar solo en Angostura. En cada uno de estos casos, el Libertador fue escribiendo, a veces con la comodidad de una mesa o un escritorio, otras apoyando el papel sobre las piernas, ya en una curiara remontando el Orinoco, ya en hamaca colgada bajo los árboles de la selva profunda, en todo momento, redactaba aquellos textos que en su oportunidad habrían de sacudir la opinión de Venezuela y de América Y ahora la posteridad los conserva como testimonios de la existencia de un venezolano de mente superior, poseso de un insólito espíritu de lucha orientado hacia el más sublime de los propósitos, como es la libertad de los pueblos.
                Conviene saber cuánto significaron para su época las ideas que Bolívar quiso implantar, no solamente para establecer cuál fue la estrategia del éxito en aquel glorioso afán de crear naciones libres; conviene saber cuáles de sus pensamientos doctrinarios tienen hoy todavía vigencia en América, o en cualquier parte del mundo donde aún exista el sojuzgamiento de una nación por otra, de un pueblo por un tirano, de un ciudadano por un sistema de gobierno.